

La escuela al campo
Ya en la secundaria básica los muchachos no tienen que ir a la escuela al campo. Cuando reciben el diploma de graduados en noveno grado tienen la sensación de que se han perdido algo importante.
En cuanto la familia era informada de la movilización para la escuela al campo aparecía una pesada maleta de madera en la cual se introducían cosas tan disímiles e inútiles para el ámbito rural como un frasco con pastillas, una foto familiar, artículos de aseo y un radiecito marca Nocturno. Uno llegaba al punto de recogida con tremenda pinta de Oliver Twist y en cuanto se montaba en la Girón IV y dejaba atrás a los padres con cara de dolor de barriga, enseguida se sentía grande, libre y feliz.
La escuela al campo desempeñó un importante rol en la educación sexual de los adolescentes. Si en ese período uno no aprendía los secretos para conquistar una mujer probablemente desarrollaría después traumas psicológicos incurables asociados al miedo a las mujeres y fama de pasma´o.
La escuela al campo, además, sacaba lo más sublime y lo más mezquino de nuestras noveles personalidades en formación. Estaba el chico laborioso valiente, el chivatón-guataca jefe de brigada, la chica sexy que no quería tener novio, la gorda que no iba al campo porque tenía un certificado, el hijito de papá que no podía enfangarse y como en todo grupo, el huraño-perezoso que siempre tenía dolor de estómago porque se comía lo que le mandaban de la casa apurado y escondido.
Hoy a muchos solo les queda el consuelo de escuchar las historias de los herman@s mayores, que han tenido el placer de sembrar un árbol o pueden bañarse con agua fría sin coger catarro por que ellos SI fueron a la escuela al campo.